sábado, diciembre 14

El Progresismo de hoy

Por Gustavo Petro

Es altamente probable que varias pandemias de origen animal que han azotado a la humanidad en las últimas dos décadas, como el Covid-19, la gripe Aviar y la gripe porcina, tengan que ver con un contacto del mercado, cada vez más extendido y profundo, con un espécimen que lo llevó al cuerpo humano.

Tenemos una sociedad que concibe la riqueza solo a partir del valor de cambio, que solo gana a través del valor de cambio, que solo ve al humano como un ser para el valor de cambio. Es eso lo que pone al hombre en contacto con el virus y la pandemia y desata la madre de todos los virus, la transformación caótica del clima. Existen evidencias y así lo confirman muchos infectólogos del mayor riesgo de infección que corren las personas que viven más expuestas a altos niveles de contaminación.

Tenemos también hoy, unas relaciones entre seres humanos construidas para que unos ganen. El afán de ganancia lleva a apropiarse cada palmo del territorio del planeta en la forma de valor de cambio, tal tipo de relación nos lleva intermitentemente, en la medida que avanza sobre la naturaleza, al contacto humano con los virus y la enfermedad.

Aunque no podamos ligar aún el covid 19 al cambio climático, pero sí a la expansión ilimitada del mercado, lo cierto es que la investigación científica demuestra como el cambio abrupto y sustancial de los ciclos del agua, y el derretimiento de los hielos en particular, descubre virus antiguos, de muchos de millones de años, que se ponen, liberados, en contacto con la humanidad.

Es la economía la que trae los virus, y esta específicamente ligada a la ganancia, los atrae cada vez más

Es este tipo de producción para la ganancia que tenemos hoy, la que destruye nuestra sostenibilidad vital, la que consume una enorme cantidad de trabajo humano que ciegamente es conducido a destruir nuestra propia sostenibilidad vital como especie y la del planeta.

La experiencia vivida por la humanidad con el covid19, es como un laboratorio intensivo de corto plazo: vivimos la degradación de la calidad de vida de todos los habitantes de la tierra.

Hoy sabemos con certeza, que la promesa de un mundo de abundancia, de consumo sin fin, de progreso lineal tecnológico, de superación de las necesidades, no llegará. Esa búsqueda hecha bajo nuestra actual economía es, en realidad, una distopía y no un paraíso. Ese mundo de felicidad perpetua y creciente, de acuerdo al crecimiento del consumo, no existe ni llegará. No es sostenible. El móvil de la ganancia que ha sido el “deus ex machina” de los últimos tres siglos de la sociedad humana en el mundo, no lleva a ningún paraíso, sino a un infierno.

La vertebra central de la teoría económica del establecimiento, que devino en el neoliberalismo, ha fracasado estruendosamente: El mercado libre no maximiza el bienestar de los individuos ni asigna eficientemente los recursos productivos.

El fracaso de este paradigma ideológico, que no científico, es más profundo incluso, que el hundimiento de las sociedades soviéticas y su muro de Berlín. Hoy lo siente cada ser humano en cada rincón del planeta.

Estamos ante el derribamiento de un paradigma civilizatorio mundial.

¿Qué puede surgir de allí?: Como todo en la historia humana, contradicciones y conflictos, y quizás, la posibilidad de un acuerdo humano.

La sociedad mundial se divide en dos grandes secciones: De un lado, quienes buscan como sobrevivir a los estragos que ocasiona en su territorio la crisis, quienes se mueven por detener un mercado expansivo sustentado en una producción y consumo de combustibles fósiles que originan gases efecto invernadero, quienes caminan y actúan por defender la vida; y por otra parte, quienes quieren mantener el actual sistema de derroche autodestructivo del trabajo y las ganancias en contra de la vida de la gente y del planeta, los defensores de la economía fósil.

Este conflicto vital se trasluce de muy variadas maneras por todo el orbe, se expresa en los éxodos masivos, en la inmigración desbordante, en las guerras por el petróleo, en el empobrecimiento de millones de agricultores, en el hambre creciente, en el desempleo creciente, en el aumento del derroche del trabajo humano en procesos que implican la extinción de la vida; en la destrucción democrática, allí donde nació la democracia.

El éxodo, como diría Negri, es respondido con la barbarie. Tenemos círculos cada vez más amplios de barbarie.

La crisis climática, nos lo muestra el desarrollo del virus, trae aparejada la destrucción democrática que será apoyada por millones de personas temerosas de perder su modo de vivir confortable. Hoy aparecen nuevas ideologías, símbolos, representaciones, que llevaran a estos millones de personas, en todo el mundo, a defender como sea, el modo de vivir adquirido: los supremacistas blancos, los neofascistas, los autócratas, se abalanzarán sobre estados poderosos para defender a como dé lugar, el modo de vivir fósil así este tenga la capacidad de destruir la vida de todo el planeta.

Enormes medios de comunicación tratarán de lograr que toda la humanidad apoye el camino de su propia destrucción. Allí donde la manipulación falle entonces brillarán las armas y los exterminios: El genocidio global.

Hoy en medio de la actual pandemia podemos ver el crecimiento de la barbarie y la antidemocracia. Trump y Bolsonaro, lograron hacer retroceder la OMS y desactivar los confinamientos para llevar a la gente en masa a la producción y el consumo. El confinamiento hería el eje central del capitalismo: la producción, es allí de donde surge la ganancia.

Centenares de millones de personas en el mundo son llevadas hoy, so pena de perder el empleo, a producir y a contagiarse y muchos de ellos a morir.

El confinamiento estricto ante el virus implicaba una política económica que no podía tener otro norte que la redistribución de la riqueza de arriba abajo para garantizar que la familia confinada no muriera de hambre.

Pero no era la gente a la que había que salvar, sino a los dueños del dinero.

Los dueños del dinero, se hicieron a billonarias emisiones de dólares y euros, olvidando la gran lección económica, desde hace dos siglos repetida: la riqueza no nace del dinero, sino del trabajo.

La receta preferida de los dueños del poder ha sido emitir y endeudar. El mundo después de la pandemia saldrá más endeudado que antes, pero sin trabajo. Un mundo que tendrá todo su futuro empeñado, a título de garantía de la deuda, en beneficio de los dueños del dinero, pero sin cómo sustentar la deuda.

Desde el encierro, en sus casas, en medio del temor, la humanidad recibió una enorme lección de economía. Destruyendo todos los manuales de la teoría económica del establecimiento y sus premios nobeles de las últimas décadas, comprobó que la riqueza solo nace del trabajo.

Solo es con la gente, la gran fuerza laboral del mundo, que se puede garantizar que una capa ínfima de la población pueda llamarse rica, consumir y despedazar el planeta a su antojo, exponer a toda la humanidad a la muerte. Solo es con la gente sencilla en el trabajo que se construye la ganancia y el poder. Sin ella en el trabajo, todo el mundo fáustico se desvanece.

Y es por eso, que aparece, también, lo nuevo:

La muerte del otro nos amarga.

La vida del otro, nos hace renacer.

De esta nueva subjetividad nacida en centenares de millones de personas surgen y surgirán nuevos movimientos de la sociedad en defensa de la vida.

Al otro lado de la fortaleza del statu quo y la economía fósil y mercantil, aparecerá una sociedad renovada deseosa de transformar las cosas que solo llevan a la muerte y al derroche destructivo del trabajo.

Se planteará la tarea de tener un sistema de salud global y público, como un bien común global, como lo es el agua y la naturaleza, como lo es el oxígeno, que intentamos encapsular en las maquinitas que reemplazan los pulmones de los enfermos del Covid.

Se planteará las tareas de detener el mercado en su aspecto más nocivo, la propagación de los combustibles fósiles. Se planteará la necesidad de cambiar la relación con la naturaleza, se planteará la insurgencia de una nueva cultura espiritual y productiva.

Ante la insurgencia de la humanidad por la defensa de la vida y la imprescindible derrota del mercado ilimitado y sus gases efecto invernadero, ¿qué papel tendremos nosotros, los que nos proclamamos como progresistas en el mar de la humanidad?

En realidad, no podríamos llevar luz donde ya la humanidad ha prendido las antorchas, podemos es coordinar el esfuerzo, volvernos locales y globales, comunicar, entrelazar el esfuerzo humano para volverlo más eficaz.

La humanidad atemorizada hoy, pero más sabia que antes, espera liderazgos, banderas, nuevos símbolos. Gente que abandone la política correcta acartonada y proponga la audacia que se necesita para reconstituir la vida.

Ya no se trata de reeditar una vieja democracia que tembló y se arrodillo ante el recetario neoliberal que consideró un hecho intransformable. Ya no se trata de reeditar un viejo socialismo sin libertad y sin individuo. Hoy lo nuevo clama por nuevas relaciones sociales de producción y consumo, por nuevas culturas, por nuevas simbologías, pero todas atadas a la vida, al conocimiento y a la libertad

Cada apuesta nueva en el campo económico o tecnológico implica un cambio de relaciones entre las personas, un cambio en el poder, como lo definiera Foucault, no solo el poder visible del Estado, sino el invisible, el que penetra en cada centímetro de la existencia humana, el verdadero poder. Poder que será más femenino, seguro más infantil, seguro más negro e indígena, más de los parias de la tierra, más de los excluidos. Poder que se transformará en más poder de los que no lo han tenido quizás para desaparecer el poder de la historia de la humanidad.

Más democracia viva y multicolor, más capacidad de decisión de la gente sencilla en su territorio, en su nación, en su paisaje.

El progresismo es el que tiene que construir las nuevas sociedades del conocimiento, para originar un nuevo tipo de acumulación, que ya no es la de las cosas innecesarias, sino la acumulación del saber generalizado, la acumulación de la cultura.

Un viejo pensador alemán decía que las revoluciones sólo llegan cuando una manera de producir ya no garantiza el desarrollo de una sociedad. Hoy estamos ante la evidencia que esta manera de producir y consumir que tenemos en el mundo ya no garantiza el desarrollo de la humanidad, la lleva indefectiblemente, a la muerte, a su desaparición como especie viva del planeta que llamamos Tierra.

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