Por: María José Pizarro
El pasado sábado 22 de agosto nos reunimos, en un encuentro inédito, 31 parlamentarias progresistas de “la región más peligrosa del mundo para las mujeres”. Hicimos un balance del impacto de la crisis de la Covid-19 en la población femenina en los países Latinoamericanos. El panorama es trágico y deja al descubierto hasta qué punto el orden neoliberal y patriarcal, se sostiene en gran medida a través de la explotación de los cuerpos de las mujeres.
El encuentro “JUNTAS”, que organizamos con FESCOL y Artemisas, contó con la participación de congresistas de Argentina, Bolivia, Perú, Chile, Uruguay, Brasil, Ecuador, México, Honduras y Costa Rica. En el intercambio fue evidente que con algunas diferencias de intensidad y algunos matices la crisis pandémica se expresa con los mismos patrones en todos los países. Las medidas con enfoque de género aplicadas por los gobiernos han sido nulas o insuficientes. A continuación, les planteo tres de las tendencias más preocupantes que identificamos en la región:
En primer lugar, a pesar de las advertencias expresadas desde el comienzo de la pandemia, las autoridades no han respondido de manera adecuada al dramático recrudecimiento de la violencia doméstica, los feminicidios y la violencia sexual.
En segundo lugar, la pandemia agudizó el empobrecimiento de las clases media y baja de la sociedad, en particular de las mujeres. Esta afectación diferenciada se explica por la desigualdad laboral previa a la pandemia. Las tasas de desempleo, precariedad laboral e informalidad, son mayores para las mujeres que para los hombres. Además, a esto se suma la sobrecarga que implica el sostenimiento del hogar y el cuidado de la familia, que recae siempre sobre las mujeres. Esto se agrava en el caso de las madres solteras o madres cabeza de hogar.
En este contexto, estas condiciones estructurales provocaron una marcada feminización de la pobreza por dos vías. Por un lado, la población precarizada pierde su fuente de ingresos por despido o porque el confinamiento le impide realizar sus actividades diarias de “rebusque”. Por el otro, quienes conservan su empleo se ven enfrentadas a la encrucijada de tener que cumplir con la carga laboral y al tiempo encargarse de la atención de los hijos en la casa, ante el cierre de colegios y guarderías. El agotamiento físico, mental y emocional generado, está deteriorando la salud de las mujeres y obligando a muchas a tener que “elegir” entre conservar su empleo o atender a la familia.
En tercer lugar, identificamos que en América Latina las mujeres de las clases más empobrecidas, en especial las mujeres racializadas y las mujeres trans, son quienes sufren con mayor intensidad los impactos de la pandemia. La triple opresión de género, raza y clase agrava aún más la experiencia de las mujeres en la pandemia. Esto se explica porque la violencia contra las mujeres entrecruza las desigualdades económicas, políticas, raciales y de género de nuestros países.
Esta emergencia requiere de la construcción de una alternativa viable y efectiva. Las mujeres de Latinoamérica estamos llamadas a jugar un rol protagónico, ubicándonos en el centro de las disputas políticas de la región. Para desmantelar al neoliberalismo fascista y desenmascarar al neoliberalismo de “centro”, necesitamos posicionar con toda claridad nuestra propuesta, nuestra visión y nuestra fuerza apuntando el camino de salida: la creación de un gran bloque contra-hegemónico marcadamente antineoliberal, progresista-popular, feminista, internacionalista, ambientalista y antirracista. Una gran alianza por la vida que derrote el orden de la muerte, que hoy amenaza con aniquilar todo.
En el encuentro del sábado, las parlamentarias nos hemos comprometido a iniciar un camino de articulación para impulsar una agenda regional en respuesta a la emergencia, centrada en cinco puntos: (1) promover renta básica universal equivalente a un salario mínimo para todos los hogares vulnerables; (2) fortalecer las comisarías de familia y líneas de atención para dar respuesta y protección contra la violencia doméstica; (3) eliminar obstáculos al acceso a anticonceptivos, interrupción voluntaria del embarazo, prevención, educación y atención en salud sexual y reproductiva, (4) avanzar en una política pública encaminada a la economía del cuidado, y (5) erradicar la violencia política antidemocrática que flagela el continente.
Estas medidas son urgentes, pero no solucionan los problemas de fondo. Por eso es necesario fortalecer nuestras juntanzas de mujeres y procesos transformadores. La historia nos llama a asumir todos los espacios de poder y de decisión que también son nuestros. Colectivamente desde nuestros territorios y nuestras comunidades, avancemos hacia la construcción de una gran fuerza continental que articule nuestro liderazgo al movimiento social. En América Latina está surgiendo una de las expresiones más poderosas de los feminismos a nivel mundial.
Reconozcámonos allí y avancemos sin miedo. JUNTAS puede ser el inicio para articular las agendas y las luchas, un llamado a la acción conjunta a movilizar con toda la contundencia nuestras fuerzas, hasta lograr cambiar el rumbo de la política, impulsando las transformaciones históricas que esta crisis civilizatoria demanda. Mujeres de América Latina y el Caribe, la historia nos llama a ser gestoras del cambio, a liderar ese tránsito hacia un orden poscapitalista y pospatriarcal en el que la vida, en su expresión más amplia, prevalezca siempre.
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