por Abeer ALI / AFP
Descalzo y con una camisa de rayas azules, Ahmed Al Hamadi, de 13 años, llega a pie desde la escuela hasta el cementerio de Saná, la capital de Yemen, país devastado por la guerra y en el cual millones de niños están obligados a trabajar para ayudar a su familia.
El adolescente camina entre tumbas muy apretadas las unas contras las otras y cubiertas de malas hierbas.
Ahmed transporta bidones de agua en la espalda, riega las plantas y saca el polvo de las lápidas, un trabajo con el que gana algo de dinero que le dan las familias de los difuntos.
“Normalmente esperamos las procesiones funerarias”, explica a la AFP. “Pero si nadie se muere nos quedamos aquí y jugamos”.
Ahmed forma parte de los millones de niños que cada año luchan para poder quedarse en la escuela y se ven obligados a ayudar a sus familias en Yemen, donde la guerra ha puesto en situación muy crítica al país más pobre de la península arábiga.
El conflicto se agravó cuando Arabia Saudita y sus aliados intervinieron militarmente el 26 de marzo de 2015 para apoyar al presidente Abd Rabbo Mansur Hadi frente a los rebeldes apoyados por Irán y que controlan la capital.
La guerra ha provocado la peor crisis humanitaria del mundo, según la ONU, y de acuerdo con la Organización Mundial del Trabajo, Yemen es el país del mundo árabe donde el trabajo infantil está más extendido.
Ahora, con el caos de la guerra, los niños son más vulnerables que nunca, reclutados como niños-soldado o, en el caso de las niñas, casadas a la fuerza antes de los 15 años.
En noviembre de 2018, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) calificó Yemen de “infierno en la tierra” para los niños, un país donde el 80% de los menores necesitan ayuda.
Según la ONU, dos de los siete millones de niños en edad escolar no van a la escuela.
– Regiones al borde de la hambruna –
Junto a la violencia, la guerra ha hecho caer el producto interno bruto de la frágil economía de Yemen más de un 50% desde 2015, según datos del Banco Mundial.
La moneda local se ha hundido y, con ella, el poder adquisitivo de la población. Arabia Saudita tuvo que inyectar más de 2.000 millones de dólares a través del Banco Central. Y este mes UNICEF pagó los salarios de cerca de 100.000 profesores.
Unos 22 millones de yemeníes, las tres cuartas partes de la población, necesitan ayuda humanitaria y algunas regiones están al borde de la hambruna, según la ONU.
Ahmed tiene suerte, su escuela sigue abierta pero, como su padre no encontraba trabajo, tiene que ayudar a su familia. Primero intentó vender en la calle pero finalmente vino al cementerio como último recurso.
Yaser Al Arbahi, de 15 años, que sueña con ser médico, también trabaja en el cementerio después de que su padre sufriera un accidente cerebro vascular. Cada día va a clase hasta las doce y por la tarde trabaja.
“Si hay que limpiar una tumba yo lo hago. Y los viernes siempre tengo agua para vender a las familias que vienen”, explica.
Yaser dice estar muy atento a los cactus y a las plantas que hay en las tumbas, que nunca se olvida de regar, y parece contento con su trabajo. “Los cementerios están llenos de visitantes”, asegura.
Las mujeres también están en primera línea de la guerra, como Atiqa Mohamed, una exoficial del ejército que ahora regentea en Sana un negocio de venta de comestibles con las estanterías casi vacías.
“La guerra lo ha devorado todo”, dice esta viuda, madre de tres hijos, que asegura no aspirar “a gran cosa”.
Desde marzo de 2015 el conflicto en Yemen ha dejado unos 10.000 muertos, según un balance parcial de la Organización Mundial de la Salud. Pero la oenegés creen que el número de muertos podría ser hasta cinco veces mayor.