Por: David Racero
Es muy probable que lo hayan visto, aunque quizá no lo recuerden, pero todos los días, a las 6pm desde hace cerca de 100 largos días, el señor Iván Duque inicia su teatrino televisivo, la puesta en escena de sus títeres, con este mensaje: #VamosAGanarnosLaVida
Siempre he creído que es un error pensar que el establecimiento es torpe, o que no calcula la intención de sus comunicaciones. En el mensaje del que hablo (Adjunto el link https://www.youtube.com/watch?v=woDZJtnKcx4), aparece un obrero, una joven con casco, un joven de ruana, entre otros, todos saliendo de su casa a trabajar, y valga decir que lo hacen con un ánimo que sólo cabe en la cabeza de un gobierno que de no sabe nada de las condiciones reales de trabajo de los colombianos… pero no aparece un congresista, un ministro, o el mismo Duque. Y es que el asunto el simple, lo que nos están comunicando es que ellos no tienen que ganarse la vida, parece que ellos ya tienen la vida ganada.
Hoy, 20 de Julio, quiero hablar del congreso y de cómo en el momento más difícil de nuestra historia reciente, una institución que pudo ser grande prefirió ser irrelevante. Irremediablemente, hablamos del pseudo-debate entre la presencialidad o la virtualidad de las labores en el congreso, es decir, del modo en que esta nueva legislatura afrontará la crisis, y de los peligros que conlleva para la democracia normalizar la virtualidad legislativa, especialmente cuando la Corte Constitucional, en reciente fallo, reconoce que esta modalidad menoscaba el equilibrio de poderes y limita la representatividad política de las minorías.
Y es que los parlamentarios están demostrando que no merecen, y menos desean, un lugar en la primera línea de batalla en la emergencia. Salvo honrosas excepciones, que se cuentan con los dedos de las manos, y en las que trato de incluirme día a día a punta de trabajo, el congreso ha demostrado un deseo profundo de no querer hacer nada. Por todos los medios, la coalición de gobierno ha buscado evadir la presencialidad, llegando incluso a maromas jurídicas con las que buscaron prohibirnos el ejercicio mismo de nuestra labor en el capitolio, cuando 5 congresistas comenzamos esa gesta por la presencialidad, hace ya varias semanas.
Dentro de un ejercicio de sensatez y de sana crítica, en la que reconocíamos la existencia de algunas excepciones válidas al deber de presentarse a trabajar, un grupo cada vez mayor de congresistas alternativos consideramos que no era posible sostener ante la ciudadanía un doble discurso en que se llamara a la población a recuperar la vida productiva, mientras los representantes de esa misma población se mantienen en sus burbujas de comodidad, totalmente aislados de la realidad nacional.
Pero la motivación va más allá de la forma, y es precisamente que la discusión sobre la presencialidad o la virtualidad se ha presentado como si se tratara de modalidades equivalentes, cuando claramente no lo son. Por lo menos, no en cuanto a la deliberación pública que se espera de un sistema democrático. La misma Corte en su fallo resalta que la presencialidad es el mecanismo “más adecuado para dar cabida a una democracia vigorosa mediante la posibilidad de un debate intenso, de una participación activa y libre, de la expresión de todas las corrientes de opinión”. La virtualidad, en este sentido, se demostró absolutamente limitada. Las largas sesiones de Zoom no garantizan calidad. Son monólogos sin eco; congresistas pretendiendo dialogar con recuadros negros en una pantalla sin saber siquiera si hay alguien del otro lado escuchando. Y eso sin hablar de lo particularmente fácil que se convirtió silenciar a la oposición apagando el micrófono con un simple click.
El paradigma Habermasiano sobre las condiciones ideales que debe tener un escenario argumentativo, con miras a buscar consensos entre los participantes, se muestra totalmente lejano con el uso de estas precarias herramientas, y es muy importante que los especialistas, tanto en politología, como en ciencias de la educación, desarrollen estudios críticos que nos permitan evaluar los límites de estas herramientas, en escenarios tan importantes como son, precisamente, el trabajo legislativo o el campo de la enseñanza.
Aunque algunos encontraron en esta limitación una ventaja oscura. Es como si la emergencia le hubiese dado un cheque en blanco a los congresistas para excusarse de reunirse a hacer su trabajo, y el congreso, fácilmente, le endosó ese mismo cheque en blanco al gobierno para hacer lo que quisiera con el país. Y hablo del congreso como Institución, pues ante la ilegitimidad del presidente Duque, el congreso debería ser garante de la democracia. Pero no lo es. Ni siquiera quiere sacar adelante el proyecto de Renta Básica, la solución para la crisis sanitaria y de empobrecimiento, porque le sigue haciendo el mandado a Carrasquilla y porque tal iniciativa viene de nosotros, la bancada alternativa. Hasta allí llega su mezquindad.
El establecimiento se dio cuenta que la virtualidad del congreso era el complemento perfecto para ese nuevo vicio de gobernar por decreto. Ese comité de aplausos, de costosos aplausos, que es la coalición de gobierno en el congreso, regaló sus facultades de control político a cambio de poder pasar la tormenta en sus casas, en sus muy bonitas casas, mandando a sus escoltas a hacer mercado en sus camionetas, mientras el país real se cae a pedazos.
Hannah Arendt llamaría a esto “el fin de la política”, porque al convertir el congreso en una aplicación notarial del ejecutivo, que por Zoom le avala sus irresponsabilidades, se destruyó el único vínculo entre el pueblo y el gobierno, y más ahora cuando la movilización ciudadana está tan limitada. Y es que se abrió tanto la brecha entre representantes y representados, que ya nadie reconoce la legitimidad de la autoridad.
Confundieron el privilegio. No entendieron que el privilegio es tener la posibilidad de representar los intereses de una sociedad, de una región, de una comunidad…No, pensaron que su privilegio era el sueldo, la burocracia, los carros, el nombre…. Y así no es. Y estoy seguro que la gente se lo va a demostrar.
Yo creo que esta crisis los dejó en evidencia, y que la sociedad no les va a perdonar ese cinismo de mandar al pueblo a la guerra cotidiana desde la comodidad de sus sofás. Y una vez más lo tenemos que decir: Para las próximas elecciones, recordaremos quienes fueron los partidos que defraudan a su gente. Como dice el adagio: el mundo cambió y los políticos no cambiaron, entonces hay que cambiar de políticos.
Y la triste ñapa: Hoy los congresistas, que dicen que si no fuera por la pandemia estarían en sentados en sus curules, muy probablemente van a elegir, con voto secreto y desde sus casas, como presidente del senado a un Señor que antes de que todo esto empezara, tenía la bobadita de 149 ausencias en una legislatura.
Pues hoy, 20 de julio, sentado en la curul que el pueblo me permite ocupar, veremos de verdad quienes somos los que vamos a ganarnos la vida.