lunes, diciembre 2

Burbujas, orgías y festines

Por Gustavo Petro

Cuando los acontecimientos alrededor de la suerte judicial de Uribe nos van mostrando cómo se elevan los niveles de violencia y de tensión. Cuando vamos de masacre en masacre. Cuando la pandemia se expande ante un gobierno que muestra su mayor incapacidad. Ahora que la muerte llena de indignación los momentos y los días, es imprescindible ir siempre detrás de los hechos, analizarlos descubriendo sus causas, tratar de acertar en ello para proponer lo que podría superar con éxito un momento tan difícil como el que  vivimos. Una crisis de la vida es lo que tenemos. Y solo el pensamiento y la acción conjunta puede superarla.

Que la detención de Uribe esta correlacionada con la intensificación de las masacres es un hecho. Que buscan crear un clima de desestabilización máxima para presionar su libertad y acorralar la Corte Suprema, es lo que muestran los hechos. Que buscan que la sociedad vuelva a clamar por un padre mafioso que brinde seguridad, también mafiosa, es indudable.

Pero detrás del desespero violento de la extrema derecha y del traquetismo armado, muy influenciado ya por la barbarie de los carteles mexicanos, hay una realidad económica que hay que analizar y descubrir.

Pertenezco a esas escuelas de pensamiento que nos enseñaron que mucho de lo que sucede en la historia, en los acontecimientos, en lo jurídico y político, en lo ideológico y hasta en las percepciones, tiene que ver con una realidad económica sin cuyo análisis no podemos proponer soluciones serias y acertadas, y sobretodo, eficaces.

Uribe en su entrevista/propaganda después de su detención domiciliaria, hizo una afirmación que pasó desapercibida a los oídos subjetivos de las periodistas que lo entrevistaban.

Dijo a sus huestes que no podían dejarse engañar de quien propusiera soluciones a la crisis económica. Esa frase no fue lanzada en vano. Uribe es antes que nada un político y calcula, olfatea, percibe circunstancias que serán determinantes en la política. Sabe que el país está arruinado, que esa ruina se profundizará el año entrante y que su gobierno, el de Duque, no tiene soluciones.

Calcula que aquí está su gran falla y les pide a sus huestes no reflexionar en el asunto, creer, como asunto de fe, que Duque los sacara de la ruina. Porque las huestes de Uribe, como el conjunto de Colombia están en la ruina.

Colombia está en ruina.

No solo tenemos ya una de las tasas de contagio del covid, del volumen de muertos y de la tasa de muertos por millón por covid más alta del mundo, sino que ahora, también, tenemos una de las crisis económicas más profundas del mundo. Ya casi superaremos a México y a Perú, y nos colocaremos en ese triste podio americano del trio más ineficiente ante la enfermedad, la troika de los gobernantes que dejaron morir a su pueblo: Trump, Bolsonaro Y Duque. El trio de los presidentes que peor manejaron la pandemia en todo el continente, pero también estaremos en el podio americano de los países más arruinados, con mayor desempleo y con su economía más golpeada.

La política de Duque centrada en debilitar, casi desde el inicio, la cuarentena estricta para reactivar la economía, ha sido un fracaso.

En realidad, no pensó reactivar la economía, para lo cual una cuarentena estricta que garantizase el control de la pandemia era fundamental. En realidad Duque pensó, en medio de una crisis integral dantesca, salvar un sistema económico profundamente agrietado y decadente.

¿Cuál es ese sistema económico?

La economía colombiana desde hace 30 años gira alrededor de la cocaína el petróleo y el carbón.

Las tres mercancías representan un sistema de captura de riqueza de países extranjeros de los que transferimos parte de su propia riqueza hacia nosotros, a partir de altos precios de la droga por la prohibición, y de los altos precios del carbón y del petróleo. Los altos precios representan en realidad rentas que se transfieren desde afuera del país. Las del petróleo y el carbón provienen de la cartelización de los extractores, muy impulsada en su momento por Chávez. Nuestra economía vive, por tanto, de la renta, y no de la inversión productiva o del trabajo de su sociedad.

Es una economía fácil y fósil. Se basa en la adicción. No hay que conquistar ningún mercado. Adictos a la cocaína y a la gasolina, envían sus miles de millones de dólares al país y aquí se reparten, diría que, a sangre y fuego, a golpes de vivezas, de apropiación fraudulenta. Tenemos una riqueza transferida y no trabajada por nuestra sociedad.

Ese modo de vivir crea burbujas. En su mejor momento la burbuja se generó por la entrada masiva de decenas de miles de millones de dólares que revaluó el peso, es decir, que aumentó nuestra capacidad de compra en el mundo. Nos creímos ricos al comprar en Miami cualquier chuchería.

Chucherías, motos, carros, televisores, alimentación, zapatos, vestidos, lujos; todo lo que pudiéramos consumir fue entrando por los puertos, comprado por los dólares del carbón, del petróleo y de la cocaína. Creció una clase media que confundió su deseo de no volver a la pobreza de la que había salido, con odiar a los pobres. Una parte sustancial de la sociedad decidió apoyar a los representantes políticos de ese sistema económico que nos convertía en grandes consumidores de chucherías del mundo. La gente se lanzó al aplauso generalizado de esos representantes. Así crecieron Uribe y el uribismo.

No importaba que esa riqueza ilusoria tuviese como origen primario el dinero de la cocaína o la extracción de los combustibles que están acabando con la vida del planeta.

En la orgia del dólar y de las chucherías importadas se nos olvidó, que se quebraría todo asomo de producción y de trabajo nacional, que se arruinaría nuestra agricultura y nuestra incipiente industria; que ese raquitismo productivo originaría una masa de rebuscadores en la calle, de desplazados de los campos, y de asalariados mal pagos, inestables todos, buscando ganar en la repartija, unas migajas de esos dólares que entraban a manos llenas y por borbotones.

Sin agricultura e industrias, ¿para que iba a importarnos el saber? ¡Que pereza! Ese esfuerzo no era necesario. Para qué iba a importarnos la investigación, la ciencia, o cómo crece la universidad y la calidad de los profesores. ¿Para qué nos iba a importar la suerte del alicaído hospital público si las clínicas privadas nuevas y privadas, iban a crecer y dar servicios para engañarnos con servicios de baja calidad que siempre postergaban las EPS? Si la importación de drogas se podía sufragar con el lavado de los dólares, así el Estado las pagara diez veces por encima de su valor. Los dueños de la salud privada podían ahora abrir campos de golf y mostrarnos que, en los llanos, en Rionegro, Antioquia, o en la Sabana de Bogotá se puede vivir como se vive en la Florida.

La competencia económica consistía en establecer cual “mall”, con más productos y marcas importadas, podría ser más grande que los “malls” de la Florida. Hasta los hijos de Uribe entraron en la competencia. Malls y centros comerciales que, sorprendentemente, tenían productos iguales y más baratos que los suministrados en la Florida, porque por allí se colaban por miles de millones, los dólares lavados de la cocaína y la corrupción.

Durante 30 años se construyó una burbuja de riqueza que creímos, era de verdad. Confundimos riqueza con dinero, creímos que el dinero podía auto reproducirse, que había una manera mágica de hacer del dinero más dinero, y fuimos engrosando la economía de la mentira, sin producir. Si la teoría de la economía decía que eso no era posible, pues esas teorías no salían en la televisión para preocuparnos, se silenciaban, ni siquiera se enseñaban en la universidad.

¿Por qué tendría que haber preocupaciones, si teníamos el mejor ministro de hacienda del mundo y el mejor policía del mundo y los economistas más capaces de acuerdo a los noticieros de la televisión, que, de paso, pasaron a ser propiedad de los grandes propietarios de la economía de la mentira?

¿Si podíamos usar los carros y las motos importadas igual que los norteamericanos, para qué llamarnos subdesarrollados o latinoamericanos? Ya nos estábamos pareciendo tanto a los Estados Unidos que hasta nos creíamos parecidos físicamente a ellos. Tanto que en las redes sociales se notaba la superioridad racial y la discriminación hacia el indio y hacia el negro. Ya la competencia consistía en saber qué tan blanca era nuestra piel. Ya no era sino defender en el mundo lo que defienden los norteamericanos, para pensar que estábamos en el lugar correcto de la historia, en el lado de los buenos contra los apaches de las películas.  Solo nos faltaban las autopistas.

Para conseguir esas autopistas, invertimos todas las regalías y el dinero libre del presupuesto en algo que llamamos las 4G. Si los contratistas elegidos a dedo por la corrupción en los gobiernos nos traían las autopistas, pues que importaba que se robaran parte del dinero si las podían construir. Qué importaban Odebrecht o Luis Carlos Sarmiento, pobre señor víctima de tantas críticas. Roban, pero hacen, dijimos. Con esas autopistas podríamos ser iguales a los EEUU. ¡Eureka! nos habíamos desarrollado. El norte de Barranquilla, y la zona G y T de Bogotá y las zonas rosas, así las llamamos, no tenían nada que envidiar al Miami Beach. ¡Viva Uribe!

Pero no era tal. Por eso Uribe lanzó su advertencia, el sueño se desvanecía.

La pandemia mostró lo que ya desde el 2015 se percibía. La burbuja había estallado. Primero porque los mexicanos se quedaron con la mayor parte del valor de la droga prohibida. En Colombia solo van quedando los ejércitos privados, el control mafioso y la masacre. El dinero se queda en la ciudad de México, en Sinaloa y en Jalisco. Segundo, porque se desplomaron los precios mundiales del carbón y del petróleo, y no por unos días o meses. Se cayeron definitivamente, la recuperación no es en V, como dicen los gurús que entrevista nuestra prensa pero que son desconocidos para el mundo.

La acción de la OXY, la multinacional petrolera bajó, de 80 dólares en el 2018 a 13 dólares hoy. Se desplomó el gigante y con él, muchos más gigantes. Se desplomó la Venezuela saudita, que nos compraba los únicos productos industriales que exportábamos hasta que el jefe del embrujo decidió bloquearla. Creímos que lo que se caía era el castrochavismo y el socialismo de mentiras, cuando lo que cayó fue el petróleo y de paso nuestra Ecopetrol uribista. Su acción en dólares pasó de 1,33 en el 2018 a 0.57 en el 2020, es decir que nuestra empresa más grande cayó a la mitad de su valor y con ella se fue al despeñadero buena parte de la economía de la mentira.

Así despertamos de la fiesta. Se odió al que prendió la luz, le echamos la culpa al vecino, nos indignamos con el que llamamos mamerto por haber anunciado que esto iba a pasar. Los centros comerciales que querían competir con el Sawgrass Mills de la Florida, se quedaron vacíos, las zonas francas corruptamente conseguidas dejaron desocupadas sus bodegas, la clase media desapareció, el país se arruinó.

De pronto la pandemia nos trajo a la realidad. No éramos gringos sino latinoamericanos, y como la mayoría de los latinoamericanos habíamos perdido cuatro décadas apostando a extraer lo que el azar geológico puso debajo del suelo sin siquiera pensarlo, sin siquiera promover el saber. Dejamos a nuestra juventud sin saberes y a nuestra sociedad en la ignorancia. El campesinado ya no estaba en los campos. Fueron desplazados por los beneficiarios de la economía de la mentira. Los industriales se habían transformado en simple propietarios de zonas francas, de poseedores de bodegas para la importación. Nos quedamos sin agricultura y sin industria, nos quedamos sin la verdadera riqueza que era el trabajo.

De pronto en el final de la fiesta alguien dijo que los padres clásicos de la economía habían analizado, demostrado y repetido hace dos siglos, que la riqueza solo nace del trabajo. Tal verdad científica seguía siendo cierta en el mundo que no veíamos por mirar la Tv de los grandes potentados del país.

Eso fue lo que olfateo Uribe y que sus amigas periodistas no entendieron cuando pronunció sus palabras.

Uribe sabía que el sistema económico sobre el que había soportado su proyecto, al que llamó los tres huevitos, se caía, se esfumaba y no volvería porque los huevos son frágiles y una vez rotos ya no vuelven a su estado original. Y sabía que quien pudiera mostrar otro camino de progreso ganaría. Por eso lanzó su mensaje desesperado a sus huestes.

Colombia está en ruina. Su economía ha quebrado.

¿Qué hacer?

En esa Colombia derruida hay memoria, hay una cultura laboriosa, hay posibilidades de resucitar, pero caminando otros senderos, bajo otras maneras de pensar. Si queremos reconstruir la burbuja y el festín simplemente nos estrellaremos con el vacío, con el abismo, con la sinrazón.

Los mexicanos a sangre y fuego se quedaron con el negocio de la coca. El petróleo y el carbón no volverán a ser la fuente de energía del gran capitalismo mundial. Si se reviviera ese mundo simplemente la humanidad perecería.

El carbón, el petróleo y el gas, de lo que vivió América Latina en los últimos 30 años, al entrar en los procesos industriales del mundo, se transforman no solo en mercancías, sino en gases que cambian la atmósfera. La atmósfera se calienta con esos gases y cambia los ciclos del agua en volúmenes planetarios. No solo cambia el clima drásticamente, sino toda la vida que se sustenta tan delicadamente en un equilibrio construido en millones de años que nuestra economía fósil ha destruido en apenas, décadas. De los hielos derretidos salen los virus, de los lugares recónditos de la naturaleza vulnerada por la expansión de los mercados, salen los virus, de los grandes rebaños que configura el capital salen los virus, ya sabemos que estamos cerca de la muerte total. De la muerte de la humanidad.

Repetir la historia ya no será posible porque la humanidad ha comprendido. No sé si lo habremos hecho, nosotros los colombianos.

¿Si ya no será la coca, ni el carbón, ni el petróleo nuestro futuro, entonces como construir ese futuro para que sea promisorio, útil a la humanidad y a la posibilidad de una Colombia en paz sin masacres?

Primero tendremos que cambiar los modos de pensar. No es el neoliberalismo el mecanismo de salvación. No son los gurús que mostraba la prensa y que nadie en el mundo conocía los que en realidad podrán recuperar a Colombia. Ahora tendremos que necesitar un Estado que sea capaz, en sus presupuestos, de reconstruir a Colombia. Si salimos del neoliberalismo tendremos que pensar entonces en algo que antes sonaba hereje: reconstruir el mercado interno, reconstruir la demanda. La demanda es la capacidad de comprar cosas por parte de la gente, e implica dinero en manos de la gente.

La principal política de reconstrucción económica es que el hogar tenga con que comprar, ya no la chuchería sino su modo cultural de subsistencia y de existencia: su comida, sus servicios, su buen vivir.

Para ello es imprescindible la renta básica, no como la limosna de familias en acción y su utilización clientelar, sino como un derecho de la gente solo por ser gente, de la persona solo por ser persona. En su avance progresivo habrá que combinarlo con un pago estatal y transitorio de las nóminas de la pequeña y mediana empresa que es donde están hoy los puestos de trabajo cesantes.

No es hacia la gran corporación petrolera, banquera, aeronáutica, extractiva o comercial donde hay que conducir los dineros públicos, es hacia donde estaba el empleo, a las mipymes tantas veces nombradas y tantas veces olvidadas.

El subsidio estatal de nómina transitorio las puede, de una vez, reactivar.

Claro y dirán y ¿de dónde salen los dineros? No pueden salir del endeudamiento como intensivamente propone Duque, sino del ahorro acumulado, que es el patrimonio. Cuando vienen las épocas de las vacas flacas hay que echar mano del ahorro. El dinero sale de un impuesto a los patrimonios más ricos y de anular las exenciones tributarias. Dirán que eso es redistribuir riqueza del mundo del poder hacia el mediano y pequeño empresario, hacia el trabajador, hacia el hogar y diré que es cierto. Dirán que eso es una expropiación, y diré que eso es solo un impuesto. Una redistribución de la riqueza en el país más desigual de la tierra, que es imprescindible si queremos reconstruir la economía. Es porque Duque es incapaz de hacer una redistribución de la riqueza de arriba hacia abajo, por lo que el uribismo es incapaz de sacar de la ruina el país.

De ese apoyo estatal y presupuestal a la familia y a la pequeña y mediana empresa puede surgir una serie de condicionantes virtuosas. El pago estatal y transitorio de nómina se otorgará a las pequeñas y medianas empresas que logren asociarse entre sí. Porque el fortalecimiento de ese pequeño empresariado implica su asociatividad. La asociatividad de las pequeñas empresas es el segundo condicionante de la reconstrucción económica.

Se puede condicionar el subsidio estatal a que se emprendan inversiones en conectar la empresa y el hogar a la fibra óptica, a que se transforme los techos de asbesto en techos de paneles solares que generen energía.

Porque aquí está el tercer elemento de la reconstrucción económica del país. Las inversiones públicas ya no pueden focalizarse en subsidios a los hidrocarburos, a los latifundistas, a los banqueros, a la economía fósil, al transporte tradicional de los transmilenios, o a las grandes empresas de tractomulas. Hay que redirigir esos recursos a la verdadera economía del siglo XXI. A la economía descarbonizada, disculpen la palabreja, a la economía del saber que implica nuevas condiciones de trabajo.

Se trata de hacer inversiones públicas que empleen enormes cantidades de trabajadores y que mitiguen la madre de las pandemias: el cambio climático. Es aquí donde reside la nueva economía y la nueva concepción de una prosperidad equilibrada con la naturaleza.

La fibra óptica al hogar y la empresa, los techos de paneles solares para que el hogar y la empresa generen electricidad casi que gratuita. Las inversiones masivas en colegios y sedes de las universidades públicas en todo el país, la nueva salud preventiva y de alta tecnología, la electrificación del transporte masivo nacional: trenes y local: metros y tranvías. Esas son las inversiones para una reconstrucción económica en el siglo XXI.

Es aquí donde un endeudamiento sería rentable y sostenible para el país: solo en estas inversiones que mitiguen el cambio climático y que generen intensivamente empleo. Es en estas inversiones donde tendría sentido invertir parte de nuestras reservas internacionales y donde podría existir la emisión del Banco de la República.

Finalmente, el subsidio estatal de nóminas podría llevar a las empresas no solo a abrir de nuevo sino a inscribirse en nuevas condiciones de trabajo a través de la asociatividad, la energía limpia producida en casa y la conectividad óptica. Estas nuevas condiciones llevarían a que el trabajo no destruya la naturaleza y pueda funcionar en red, incluso global, en medio de un contexto de crecimiento sostenido del saber. Llevaría a que el trabajo basado cada vez más en el saber, la red y la energía limpia, sea más productivo, más generador de riqueza y prosperidad.

Sin embargo, estas nuevas condiciones en la agricultura y la industria y sus servicios complementarios nos serían sostenibles si no nos protegemos del enorme volumen de chucherías que importábamos en el sistema de la economía de la mentira.

La protección de importaciones es el cuarto condicionante de la reconstrucción económica.

Propongo para protegernos, la tasa carbón a importaciones que no está prohibida explícitamente por la Organización Mundial del Comercio ni por los TLC firmados, puede aplicarse de acuerdo al grado de emisiones de gases de efecto invernadero exhalados por la producción y el consumo de las mercancías que importamos, de tal manera que su precio subirá entre más destruyan la vida del planeta y más podremos producir internamente, eso sí si lo hacemos descarbonizadamente, es decir limpiamente, es decir vitalmente.

Aquí esta lo fundamental de nuestro plan de la reconstrucción económica que, si me lo permiten, asusta ostensiblemente a Uribe quien no duda de calificarlo de atentado a la propiedad privada y castrochavista, como si el hogar y la pequeña y mediana empresa, que aquí defendemos de los monopolios y las grandes corporaciones bancarias, no fueran propiedad privada con libre iniciativa.

Lo que asusta a Uribe es que su mundo económico se acabó, su mentira se agotó y que estamos listos a reconstruir a Colombia con una economía para la vida.

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