Por: Victoria Sandino Simanca Herrera
¡Me gritaron Negra!
Negra! Negra! Negra! Negra! Negra! Negra! Negra!
Si Negra! Soy. Si Negra! Soy
Al fin comprendí. Al fin
Ya no retrocedo. Al fin
Y avanzo segura
Victoria Santa Cruz.
Históricamente nos han gritado con desprecio ¡Negra! ¡Negro! Han marginado a los pueblos negros, nos han discriminado, no obstante, a que en el artículo 7 de la Constitución Política de 1991, Colombia reconoció por primera vez que somos un país pluriétnico y multicultural, eso trajo consigo unos compromisos en política pública que trazaron el camino de la “inclusión”, es decir, incluir al sistema político, económico y cultural, a aquellos que durante siglos habían estado excluidos y en otros tiempos esclavizados.
Pero incluir no es igual a reconocer, tampoco es igual a respetar, y menos ser tratados como iguales; para Colombia, incluir es hacer parte de lo que ya está construido, tal cual, como está, no permite la deliberación, sí que menos las reformas ni la transformación; incluir es una cuestión de adaptación y normalización del racismo que está entronizado en la cultura y en las prácticas cotidianas de la sociedad impuesto desde las élites, es la perpetuación de aquel grito de desprecio, ¡Negra!
No me malentiendan, no quiero decir con esto que la inclusión no sirva de nada, de hecho, es lo que ha permitido que poco a poco, paso a paso, las personas pertenecientes a la población negra e indígena, las mujeres, tengan un mínimo de visibilización de su situación precaria en la que vive la gran mayoría de la población. Hasta ahora solo ha permitido que unos cuantos vayan ascendiendo socialmente, de forma individual, que los sujetos y cuerpos racializados se “integren” a las dinámicas económicas, culturales y políticas que la clase política impone en el país. Es decir, individualiza lo que debería ser un proceso colectivo, y no es una inclusión colectiva porque es la regla de la política neoliberal.
Es hora ya de abordar el problema real, el problema de fondo, este es el racismo estructural y la discriminación racial que persiste en nuestro país; y es que Colombia, como la mayoría de los países de América latina y el continente en general, se construyeron bajo un modelo social de racialización que a la vez fue clasista, misógino y segregacionista. La idea de raza biológica que durante largos siglos naturalizó todo tipo de violencias contra los cuerpos racializados que sufrían las consecuencias físicas, simbólicas y psicológicas del racismo, persiste en las sociedades modernas.
Colombia ha demostrado hasta el hartazgo, que sigue siendo un país abiertamente racista y no es una cantaleta, es una realidad; es por eso por lo que algunos ven normal en comparar a una mujer negra con un gorila gigante que destruye ciudades y come gente, o que connotadas comunicadoras de los grandes medios de comunicación diga ante los micrófonos que cualquier mujer al lado de la candidata a la vicepresidencia Francia Márquez se vería de estrato 6.
El anuncio de Francia Márquez como fórmula vicepresidencial de Gustavo Petro, no hizo más que evidenciar esa discriminación y el desprecio hacia los cuerpos negros, populares y femeninos. Pero aún no deja ver con toda nitidez el estado de pobreza y abandono en la que viven la mayoría de las comunidades y pueblos negros, de la precariedad laboral, de cómo se percibe a diario las personas afrocolombianas, comenzando hasta por sus cabellos, llamándolos “pelo malo”, como si hasta el pelo fuera delincuente.
Una sociedad que pretenda transformarse, pasar la página de la violencia, construir una paz completa, con justicia social, requiere transformar la cultura y creencias y la política y también que reconozca que, si somos un país pluriétnico y multicultural, no se trata de dejar de ver quiénes somos como grupos sociales étnicamente diferenciados, se trata de vernos, reconocernos y respetarnos con plenos derechos ciudadanos desde la otredad que representamos. Hoy los gritos que queremos escuchar es: !El pueblo no se rinde carajo!
*Si quiren entender más sobre la importancia del reconocimiento y los efectos perversos de la invisibilidad a la que han sido sometidos los cuerpos negros, les invito a leer la célebre novela del autor afroestadounidense Ralph Ellison, escrita en 1952.