Por Felipe Tascón Recio / @felipetascon57
Ayer en El Espectador, Luis Sandoval resumía la actual situación del país con puntos como el fallo de la corte suprema, por esto calumniada desde la cuerda política del imputado, incluido el presidente; el “giro dictatorial”, por la cooptación de los entes de control; el crecimiento exponencial de las masacres en los últimos meses, focalizado en jóvenes y firmantes de la paz; el desembarco de tropas extranjeras, con la disculpa antidrogas, notificado no por el ejecutivo si no por la embajada interesada; el uso de la emergencia sanitaria para desviar recursos hacia el gran capital financiero y comercial; la inexistencia practica de control político desde el legislativo; la priorización de la economía sobre la vida en pandemia; una legitimidad del gobierno cuestionada por el origen narco del financiamiento de campaña; la decisión de incumplir el compromiso de Estado consignado en el acuerdo de paz. Esta suma lleva al filósofo colombiano a concluir “que estamos ante una verdadera crisis de la forma republicana de vivir y gobernar”, que necesita su transición hacia una “república convivente, ética, democrática y social” (Sandoval, 2020). A este valioso resumen le falta un condimento.
Esta crisis republicana, bien podemos entenderla como una crisis de la autoridad del Estado, crisis de hegemonía de los grupos que detentan el poder, desnudada por la pandemia y la cuarentena. En 1932, en sus “Cuadernos de la Cárcel”, el filósofo italiano Antonio Gramsci describía al Estado como el punto de encuentro de los grupos dominantes de la sociedad y analizaba cómo esta condición de Estado les brinda a estas clases una ventaja en sus actividades contra las clases subalternas, a la hora de romper su accionar político por cambios progresistas (Gramsci, 2007).
El manejo gubernamental de la pandemia pone en evidencia cuales grupos sociales aquí integran la hegemonía. El cinismo con que Duque reparte los favores u oculta sus pecados, desnuda quienes integran el poder constituido. Para perfilar la hegemonía, nos sirve el traslado al capital financiero de recursos que debían destinarse a la emergencia sanitaria; la exposición de la población en el día sin IVA para beneficiar a los grandes comercios; el maquillaje a las violaciones de niñas y ante la omisión frente a las masacres del estamento militar y policial; el peso de los grandes propietarios rurales dentro de la alianza de gobierno, incluido el caso del latifundio por cárcel; y finalmente el encubrimiento de la cocaína como recurso de las campañas y los negocios del poder (casos Ñeñe Hernández y Memo fantasma). Mientras la evidencia denota que las clases industriales grande, mediana y pequeña son vagones de cola en esta hegemonía.
Entonces el grupo dominante sería similar al de otras latitudes: los grandes terratenientes, capitalistas financieros y comerciales, y los estados mayores policial y militar, pero con un condimento extra: la cocaína. Es decir que existen suficientes indicios para concluir que el narcotráfico más allá de su papel como vaca de ordeño electoral o socio coyuntural en negocios privados de funcionarios, hoy en Colombia está dentro del bloque de poder, tiene asiento estratégico en la mesa hegemónica.
La filósofa mexicana Sayak Valencia, ha delineado conceptos para explicar el lado B de la globalización y sus sujetos. Esto es la forma que toma el revés de la globalización en el tercer mundo, para titularlo adopta en el nombre que Hollywood le da al cine de sangre explicita: “capitalismo gore”; mientras para los sujetos ultraviolentos que lideran este lado oscuro del capitalismo globalizado, Valencia se va más lejos en el tiempo, usa el nombre de “sujetos endriagos”, por el monstruo contradictor del Amadís de Gaula (Valencia, 2010), la clásica novela de caballería precursora de El Quijote.
La autora propone el citado término “Gore” a partir del análisis de la realidad local de su Tijuana natal, así mismo, aunque Colombia no limita con EE. UU., comparte con la frontera norte de México la violencia extrema, la abundancia de sangrepor la droga prohibida y demás negocios del crimen. Valencia nos deja claro que al hablar de “capitalismo gore” y sus “endriagos” estaríamos frente “a un fenómeno de expansión global” (Ibid.), cada vez más coincidente con la realidad actual del capitalismo.
Entre la cantidad de información sobre el crimen mexicano que nos brinda Valencia, vale destacar que la violencia-espectáculo, fue introducida por la “Familia Michoacana” en este siglo, así mismo que esta va más allá de la función de intimidación por su rol en la concentración de los capitales criminales (Ibid.). Aunque en Colombia hay historias iguales o peores como el corte de corbata, no hay duda que la actual puesta en escena y resonancia mediática de las masacres tienen factura mexicana.
La teoría económica neoliberal pregona el todo vale en función del beneficio, de donde surge una clara tolerancia y estimulo desde el capital, para el mercado especulativo que se genera gracias a la prohibición de las drogas y demás ítems de la “industria” de la violencia, entonces para conseguir escenarios que originen beneficios, el capital “no hay crimen al que no se arriesgue”. El neoliberalismo, exige altas tasas de ganancia en muy corto plazo, lo que excluye a los sectores que no alcanzan el monto y la velocidad exigida (por ejemplo, industria y agricultura). En la medida que el “capitalismo gore” y, en especial, el narcotráfico coincide con los ritmos de ese metabolismo claramente neoliberal, automáticamente se genera una sinergia entre el capital financiero regente y el de los negocios mafiosos. En Colombia, esto explica el asiento del narcotráfico en la mesa hegemónica.
La cocaína involuciona la forma de dominio del Estado que conoció Gramsci. Las masacres son su aporte a la particular “gobernanza” del bloque hegemónico, no es solo un problema de competencia por los cultivos de coca, es también la intención de sojuzgamiento sangriento de las familias campesinas, pero sobre todo significa el incremento del espacio ocupado por el capital narco en la mesa de poder. Cuando militares, banqueros, comerciantes, latifundistas y sus políticos le prenden velas al glifosato como supuesta solución a las masacres, lo que están haciendo es cada vez cediéndole más asientos en la mesa de la hegemonía al narcotráfico.
Solo derogando la prohibición de las drogas se podrá construir democracia en Colombia. La acumulación de resistencia contra el cinismo que nos gobierna, que geste el triunfo del actual bloque subalterno y la prevista derrota del disfuncional Trump pueden mostrar luz al final del túnel.
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Gramsci, Antonio (2007): “Escritos Políticos 1917-1933”, México, Siglo XXI editores.
Sandoval, Luis (2020): “De la vieja a la nueva república”, Bogotá, El Espectador 1 sept.
Valencia, Sayak (2010); “Capitalismo Gore”, Santa Cruz de Tenerife, Editorial Melusina.