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Por: Daniel Rojas Medellín
Con disciplina Claudia López ha hecho de su imagen el símbolo perfecto del desinterés por lo público que deriva del individualismo y la indiferencia que pulula en nuestra sociedad; quienes creen que los conflictos sociales del país son el espejismo de una pelea insulsa entre izquierdas y derechas se sienten bien representados en la alcaldesa de Bogotá.
Como gobernante no ha disimulado en demostrar que su más grande preocupación es su propia imagen. Custodia celosamente su favorabilidad, se preocupa diligentemente por tener siempre a su lado a varios funcionarios armados con cámaras que registran hasta el más mínimo detalle de cada una de sus apariciones, espectáculos y de sus reacciones cuidadosamente elaboradas para fabricar su efigie de caudilla.
Ha invertido tiempo y plata para crear la apariencia indefectible de una mujer de hierro que no le tiembla la voz para maltratar a sus subalternos, aprovecha la pelotudez del presidente para simular que es por su culpa y no por decisión de ella que se ve obligada a ser condescendiente con los gremios corporativos a los que ya les fue servil en el plan de desarrollo. Eso y un ademán que le permite barnizar de progresismo su fundamentalismo de mercado han sido los pilares de su estrategia.
El resultado es un culto insólito a su propia imagen que emana de la buena fe de personas que se denominan de centro, muchas convencidas que la disputa política que divide “lo que está bien y lo que está mal” se manifiesta en el tablero uribismo vs antiuribismo, por lo tanto su deseo de cambio se reduce a vencer a Uribe sin importar que sus ideas gobiernen.
La ideología de centro tiene la noción del neoliberalismo como la de un atavismo mitológico de izquierda, en algunas personas porque no se entiende y tienen pereza de averiguar, en otras por un acto de fe que les lleva a creer en la infalible eficiencia de los mercados para asignar a cada quien lo que merece, en ambos casos, la desigualdad les resulta un factor exógeno y la crisis climática algo que se resuelve usando cepillos de dientes de bambú.
Cuando a Margaret Thatcher se le preguntó por su logro más importante no dudó en responder que había sido “la tercera vía” de Tony Blair porque había logrado eliminar del tablero político a los defensores de los estados de bienestar. Los que saben le llaman revolución pasiva a esa capacidad del neoliberalismo para reinventarse apropiándose de las demandas de la gente, aparentar satisfacerlas y quitarles su poder político de transformación. Si Thatcher viviera se sentiría orgullosa de Claudia.
López ha hecho buen uso de la chequera distrital para lograr que aquellas políticas que otrora se le reprochaban a Peñalosa, maquilladas de progresismo en una agenda regresiva que pone en el centro de las prioridades los negocios de los especuladores del suelo y del mercado en general ahora sean aplaudidas.
Ha repartido cargos públicos a sectores políticos que en coherencia deberían estar en la oposición, ha constituido su propia corte aduladora, con una fuerte inversión en pauta ha logrado pasar de agache ante la prensa.
Sus expectativas son ambiciosas, desde el palacio de Liévano teje una campaña presidencial en asocio con Santos para imponer una falsa alternativa, presentando un tablero que obligue a elegir en el 2022 entre su neoliberalismo reinventado que monta en bicicleta y el desprestigiado neoliberalismo conservador que monta en mula, vetando toda opción de cambio.
Revelada la intención del centro neoliberal de propiciar un nuevo frente nacional, el deber moral del progresismo es entonces el de constituirse en verdadera alternativa, claudicar al claudillismo y buscar una gran alianza con el pueblo que conduzca a las transformaciones democráticas que demanda el país.