lunes, marzo 17

Carta abierta

 Por: Gloria Inés Flórez Schneider / Nodo Nacional de Mujeres de la Colombia Humana

“A propósito del multicolor y bello recorrido de la Minga por el país,
el caribe, el altiplano cundiboyacense  y  mi tierra natal Santander”.

He tenido la fortuna y el privilegio de trabajar por tres décadas junto a los pueblos indígenas de Colombia y recorrer en este mes de julio parte del Caribe colombiano (Magdalena y Atlántico), mi tierra natal Santander, Boyacá, hasta llegar a Bogotá, acompañando a la Minga Indígena, Social y comunitaria, entre el 10 y 20 de julio,  constatando en cada paso,  la hermosa conexión de las ciudadanías y la juventud con nuestras culturas originarias.

El hermoso y multitudinario recibimientos en cada ciudad, en cada pueblo, muestran una transformación cultural en la sociedad, un avance en la descolonización del pensamiento que por fin,  reconocer a nuestro pueblos originarios en su resistencia milenaria, en sus ejercicio de caminar la palabra, en sus  saberes y sentidos que ponen al centro la vida y la defensa de todos los seres vivos, en medio de una crisis climática planetaria que nos condena al extinción de la vida y que exige cambios personales y sociales de fondo.

La ruta de la Minga permitió el encuentro intercultural y constatar  con miles de personas en los territorios la necesidad apremiante que tenemos de recuperar unos imperativos éticos en el debate político.  Los anuncios de alerta frente a la llegada de la Minga, cargados de odio, xenofobia e incitando al miedo y al terror promovidos por personajes de ultraderecha y  con resonancia en varios medios de comunicación, fueron disipados prontamente con el paso de la Minga y su Guardia Indígena, que dejo como legado el necesario encuentro entre culturas, la promoción del arte como expresión sublime de los sentidos y del alma de los pueblos, el dialogo social como único camino para resolver la violencia y construir una agenda común de país a través de un Pacto social por la Vida y la Paz donde todos y todas podemos coexistir sin miedos y violencias.

La importancia de la Minga Indígena, Social y Comunitaria y su recorrido por este país radica justamente en que desde su lugar propio de enunciación,  nos demuestra cómo es posible  construir sociedades incluyentes, que reconocen la diversidad cultural, la pluralidad de opiniones, la convergencia de  cosmovisiones, cosmogonías, formas de concebir y ver el mundo y la vida.  El mensaje de la Minga es:  compartimos el destino como especie humana, habitamos una casa común que debemos cuidar entre todos y todas, porque de ello depende,  ni más ni menos, que la condición mínima de la existencia de todas las especies, del agua, de la vida misma.

La tragedia colombiana amerita un debate profundo, la lógica impuesta de construir al otro y a la otra, al diferente, como el enemigo y buscar la desaparición no solo física, sino moral,  no permite superar la violencia endémica de este país, ni garantizar la inclusión política y social de sectores y poblaciones segregados históricamente.

Mi convicción inquebrantable, mi compromiso ineludible de trabajar por la transformación de este país como defensora de la vida y los derechos humanos,  de la mano de nuestras culturas ancestrales llevando sus saberes y sus prácticas democráticas y comunitarias a todos los rincones del país, me han convertido en el objeto de los más infames ataques por parte de quienes con discursos de odio, patriarcales y xenofóbicos, dirigen el debate político a lo personal, a la calumnia y a la injuria.

A estos sectores le respondo desde lo que soy y he sido en mi trayectoria social y política; desde el respeto, la coherencia y la ética que me caracteriza en mi vida pública y privada.  Creo en la necesidad que edifiquemos entre todos y todas, un proyecto de país que ponga al centro la VIDA, que transforme la cultura política de odio, miedo, exclusión,  por un  proyecto que potencie la política del amor, la solidaridad y el respeto entre todos y todas.

He sido víctima en mis 41 años de trabajo incansable por la vida y la paz, de innumerables atropellos y violaciones a mis derechos humanos.  Nunca me he victimizado, porque todos estos actos en contra de mi vida y mi familia, me han servido para fortalecer mi espíritu de mujer comunera y levantar mi voz con más fuerza al lado de los movimientos sociales y los pueblos.  He sido despojada, desplazada, perseguida y amenazada durante decenas de años por asumir la defensa de los derechos humanos y estar al lado de las víctimas del conflicto armado;  Perseguida infamemente por el Estado como lo reconoce la sentencia de la Corte Suprema en el caso de condena contra Jorge Noguera,  Director del extinto DAS,  que causo tantas muertes, atropellos y falsos positivos en Colombia.

Llevo en mi sangre la  mezcla caribeña de mi padre y santandereana de mi madre, que nos hace en ese mestizaje que integra y potencia genéticamente la fuerza del indígena, del afro esclavo, del español y el franco alemán de mis abuelos, quienes llegaron en siglo XIX a trabajar en los proyectos de infraestructura férrea.   Si, provengo de una familia con raíces diversas y con profundas convicciones éticas, que ha dejado un legado de honestidad, transparencia, lealtad y rectitud.    No hay un solo hecho que haya manchado el nombre de nuestra familia, por el contario, hemos sido víctimas directas en diversos momentos de la historia, como el caso de mi padre Carlos Arturo Flórez, víctima de un atentado -apenas éramos niños- por asumir con apego a la ley sus decisiones como Juez de la República, y, de mi tío Samuel Schneider, quien fue secuestrado y asesinado por defender con honestidad los recursos públicos de Ecopetrol.  Estos hechos y otros,  silenciados por la pavorosa impunidad que carcome a Colombia.

Sin tener en cuenta el dolor que hemos padecido como familia, se han referido de forma peyorativa e infame a circunstancias personales, como al hecho ocurrido contra mi esposo Carlos Manuel Pino García, quien fue  literalmente secuestrado y expulsado por el gobierno de Iván Duque, usado como chivo expiatorio, víctima de un Falso Positivo acusado de “espionaje”, sin que hasta hoy, 32 meses después  hayan aportado NINGUNA PRUEBA en su contra:  Nos separaron después de 18 años de casados en Colombia , negando a un hijo de este país su derecho a seguir creciendo al lado de un padre ejemplar, protector y profundamente decente.

Resulta obvio, que el hecho de expulsar del país a mi marido sin que exista prueba alguna, me convierte a mí y a mi familia en víctimas de la violencia de Estado, negar a mi hijo la posibilidad de una familia y de su legítimo derecho a vivir y gozar de la compañía y la protección de sus padres es un acto de violencia, que ocasiona un daño irreparable en nuestras vidas.  No obstante, alzo la frente con dignidad y sigo con firmeza luchando por los derechos de todos y todas, porque hechos similares a los vividos por mi familia, los  han sufrido a lo largo de la historia hombres y mujeres dignos que han luchado por las causas justas, entre ellos, nuestros líderes y lideresas comuneras, las y los libertadores, quienes fueron también,  condenados al destierro, al despojo, a la cárcel, a la separación de sus familias.

Los y las invito a reflexionar sobre la urgencia y la importancia de abordar el debate político desde los argumentos, las propuestas, las visiones y sueños de país, sin recurrir al discurso de odio, a la calumnia, a derrotar al contendor desde la injuria y la infamia.  A construir desde el respeto, a reconocer la pluralidad de opiniones y entender que la divergencias con espacio de dialogo y conversa franca,  nos ayudan a construir un proyecto de nación donde todos podemos ser desde la diversidad, la inclusión regional y poblacional.

Finalmente, como madre, como mujer, como ser humano, como defensora de derechos humanos, desde mis más profundas convicciones apoyaré y defenderé la vida, los ojos, la dignidad y los derechos de los adolescentes, los y las jóvenes que hoy levantan las banderas más sublimes de nuestra sociedad, quienes nos dan todos los días una lección de dignidad, de valor, de decencia.  A ellos les debemos no solo gratitud y respeto, sino acciones concretas de solidaridad y protección porque son el presente y el futuro de ésta nuestra patria amada.

Adama Dieng, asesor de la ONU para la prevención del genocidio afirmó: “El holocausto no empezó en las cámaras de gas, comenzó con el discurso de odio”  Eso nos hace absolutamente diferentes a quienes nos atacan con bajeza, sin argumentos políticos, acudiendo a las calumnias y al sicariato moral. De nosotros y nosotras, no esperen nunca odio, recibirán respeto y decencia para debatir las ideas y las propuestas hacia la reconstrucción de un país que nos pertenece a todos y todas. Como lo gritan nuestras y nuestros  jóvenes hoy en las calles, “no somos gente de bien, somos mejores”…

Soy y seré Minga siempre, porque en su esencia radica el tejido de abrazos, opiniones, causas, el trabajo común donde todos y todas podemos ser, existir con dignidad, oportunidades y derechos.

La Minga es por un Pacto histórico, Social y Político para la Vida y la Paz de nuestra patria y sus generaciones presentes y venideras. Se moviliza para construir una Colombia Humana, incluyente y soberana.

“Cuenten con Nosotros y Nosotras para la Paz….Nunca para la Guerra”

Bogotá D.C. Julio 27 de 2021.

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