viernes, diciembre 13

Un altísimo de un metro setenta

Por: Germán Navas Talero y Pablo Ceballos Navas

La paz de un país se consigue con obras para construirla y no con palabras para destruirla.

Es innegable que hay cargos sin oficio, sería un ejemplo el tan mencionado ministro de la Marina o comandante de la Armada en Bolivia, quien seguramente navegará en el Titicaca pues no tiene océano que proteger. Igual cosa puede afirmarse en Colombia del alto comisionado para la paz, Miguel Ceballos, pues mirándolo objetivamente, de alto no tiene nada, calculamos que no supera el metro con sesenta y cinco centímetros. Esta observación nos la hizo un extranjero en días pasados cuando nos preguntó por qué a ese señor se le decía “alto comisionado” si era bajito, y a fe que no tuvimos respuesta a esa inquietud. Entre otras cosas, si se habla de alto comisionado puede deducirse que hay unos comisionados de menor grado, por lo cual estamos intrigados por conocer al mediano y al bajo comisionado.

Cierto es que este Ceballos no ha hecho absolutamente nada –que nosotros sepamos– por la paz, por el contrario, en cuanto se trata de armar una guerra real o hipotética, ahí está este caballero mirando dónde meter las manos. No es crítica por el hecho de criticar, nosotros emplazamos a cualquiera de nuestros lectores a que nos cite un solo caso, así sea de baranda de policía, donde el señor Ceballos haya salido a dar fórmulas de paz y no de guerra. Había mayor posibilidad de alcanzar la paz cuando no existía comisionado para esta y había un ministro de guerra, que ahora, teniendo comisionado y Ministro de Defensa. A propósito, el señor Schumacher –perdón, Zapateiro– no ha dicho ni pío de las 6.000 y ‘pucho’ víctimas de los crímenes de guerra cometidos por miembros del Ejército y que han sido materia de escándalo nacional e internacional.

El señor Zapateiro debería por lo menos imitar al teniente general argentino Balsa, quien en servicio activo y con todas las medallas por haber participado en la guerra de las Malvinas, pidió perdón al pueblo por los desmanes de la fuerza pública en época de la dictadura, pero obviamente Zapateiro no lo va a hacer. Su pluma le sirvió para enviar condolencias por la muerte de ‘Popeye’ pero no para hacer lo propio con los padres y madres de los jóvenes asesinados por el Estado.

La crítica al señor Ceballos no es solo de Pablo y Germán, el abogado y periodista Ramiro Bejarano (@RamiroBejaranoG) en sus Notas de buhardilla y refiriéndose a este alto comisionado dice lo siguiente: “la altivez sin fondo es la marca de este cuatrienio. El detestable comisionado de paz, quien nunca había pedido que se individualizaran los 2.428 casos de ‘falsos positivos’ con los que el uribismo hirsuto no se siente mortificado, desafía a los jueces de la JEP –por fortuna ahora presidida con la contundencia y carácter de Eduardo Cifuentes– pidiéndoles que individualicen a los 6.402 asesinados como si ello no hubiese ocurrido. Ceballos ofende la majestad y dignidad de la JEP, pues deja la duda de que allá se inventan muertos o que los que han salido a la luz pública son sacados de un directorio telefónico. (…)”.

Señor altísimo comisionado, Colombia no le cree a usted una sola información que desde su despacho se emita en relación con la paz, si usted duda de algo tan serio como la JEP, ¿por qué el resto de los colombianos no podemos poner en duda afirmaciones suyas? Precisamente ante lo monstruoso de eso que el señor Ceballos quiere ocultar, es bueno transcribir una parte de lo que el pasado domingo escribe Hernando Gómez Buendía bajo el título de El crimen más horrible: “La razón es sencilla: los falsos positivos no fueron crímenes de guerra ni fueron cometidos ‘con ocasión o en el contexto del conflicto armado interno’. Su víctima no fue el guerrillero, el simpatizante, el campesino que colaboró con la insurgencia por miedo a las represalias y ni siquiera el sospechoso fundado o infundado. Los motivos no fueron los de la guerra, donde se mata para defenderse, forzar la rendición del enemigo, obtener información u otro recurso, mandar un mensaje de terror o por satisfacer un odio visceral. (…)”.

El gobierno de Duque pasará a la historia inmortalizado por sus tres mosqueteros –como Dumas inmortalizó a Athos, Porthos y Aramis–, la diferencia es que los mosqueteros de Dumas combatían por la defensa de la justicia, en tanto que los de Duque, que bien podrían ser Zapateiro –teniente de los mosqueteros–, Barbosa, Palacios y Arango, luchan para proteger sus intereses y los de un grupo minúsculo. Y mientras los mosqueteros de Dumas trataban de defender a su reina, los de aquí se conformaron con defender a un duque. La historia se repite siglos después, con la diferencia de que los mosqueteros de Dumas eran buena papa y los de Duque son mala leche, por eso le sugerimos que cuando compre su mercado adquiera buena papa, buena leche y no dé papaya.

Si alguien conoce cuándo es el cumpleaños del alto comisionado le pedimos que nos lo informe, pues planeamos regalarle un fusil, una granada y una pluma, que fue todo lo que dejó de la paloma de la paz. Los pañuelos blancos que se sacaban en las manifestaciones en defensa del acuerdo ahora solo sirven para sonarse, muy conveniente en medio de la pandemia.

Nos despedimos reiterando las palabras de Iván Cepeda, gran hombre y compañero:

Señor Ceballos, usted, en realidad, es un enemigo de la paz.

Adenda: mientras escribíamos esta columna conocimos por Noticias Uno que el señor Ceballos tenía guardada en su oficina información supuestamente incriminatoria de Cepeda, lo cual resultó muy conveniente pues el día después de que Cepeda publicó su misiva al alto comisionado, la Fiscalía allanó la oficina de Ceballos y se hizo con el informe. Vale la pena recordar que Cepeda no puede ser investigado sino por la Corte Suprema de Justicia, lo cual debió ser una sorpresa para “el segundo abogado más capaz del país”, Francisco Barbosa.

Adenda dos: y ahora que no se le vaya a ocurrir a Duque nombrar a Mockus en una comisión de paz. Eso sí sería el acabose.

 

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