Por: Mauro Saúl Sánchez
Pocas cosas en la vida nos tocan tanto como la muerte. Paradójicamente, la muerte termina ocupando un sitio crucial en todos los escenarios de modo, tiempo y lugar de nuestra cotidianidad. Nos morimos de un infarto, de un accidente de tránsito, en un proceso clínico, o en las puertas de los hospitales. La muerte nos puede topar tomando un baño, montando bicicleta o dando un discurso. Evitar la muerte es quizás una de las tareas mas duras y rutinarias, más aún en Colombia.
Cuando decidimos vivir en sociedad y aceptar las normas bajo las cuales firmamos un pacto social aceptamos que parte de la administración de los riesgos para evitar morir las va a asumir una figura puntual: El Estado. El pacto que firmamos, más conocido como Contrato Social, nos confiere derechos y deberes; además le determina a los administradores de El Estado la obligación de responder por las situaciones que pongan en riesgo la integridad de sus protegidos: sus ciudadanos. Al fallar la administración de El Estado se pone en riesgo la integridad de la sociedad.
Esta pequeña y reducida explicación del Contrato Social claramente no va a dejar satisfecho a Rousseau, ni a Tomas Hobbes ni a John Locke padres de la teoría del contrato social. Sin embargo, es muy oportuna para explicarle a los lectores que ESTAMOS FALLANDO COMO SOCIEDAD.
El domingo 15 de noviembre uniformados del Batallón Magdalena asesinaron a sangre fría a los jóvenes Joselino Irua y Alejandro Dussán de 14 y 16 años respectivamente en el municipio de San Agustín Huila. Las balas salieron de un fusil comprado con dineros públicos, producto del Contrato Social firmado por Joselino y Alejandro. En este caso, el Estado falló. El contrato social se fracturó. No les protegió la vida.
El Estado tampoco le cumplió a la niña Embera Chami violentada por 7 soldados en Puerto Rico, Risaralda. Su infancia que debió ser disfrutada entre juegos y sonrisas, entre salones de clases y parque infantiles, se oscureció cuando El Estado no pudo cumplirle. Su integridad jamás volverá a ser la misma. El Contrato Social falló de nuevo.
Tampoco les ha cumplido a los cientos de excombatiendes de las Farc que firmaron un compromiso de paz con el gobierno colombiano en representación de El Estado. Ahora se cuentan a diario titulares sobre sus matanzas ya rutinarias. Perdimos la capacidad de asombro ante la notoriedad de la barbarie. Ya sus voces nunca volverán a ser escuchadas. Le creyeron a ese sonado Contrato Social. Otra vez les incumplió.
Y ni que hablar de los cientos de miles de compatriotas que están en el exilio. Los que no pudieron tener seguridad, empleo, salud. Oportunidades que les tocó ir a buscar en otro Estado con un Contrato Social que fuera serio y real con sus ciudadanos. Donde no los mataran en medio de un conflicto absurdo que se llevó a más de 300.000 colombianos y a otros tantos los obligó a vivir en tierras desconocidas.
El pacto ciudadano debe ser reformulado. Ya no podemos aceptar implícitamente la mediocridad y la poca capacidad de gestión de un gobierno que condenó a la muerte a los compatriotas en Providencia y Santa Catalina. Los dejó a la deriva esperando la muerte. No podemos aceptar la corrupción ni mucho menos la muerte que siempre llega por pensar diferente. El monopolio de la Fuerza no puede enfilar sus cañones contra su propio pueblo. El Contrato Social debe ser escrito de nuevo. Esta vez ojalá con la premisa obligatoria de que la vida vale mas que todo. Mas que los intereses de unos banqueros y empresarios, más que los rendimientos financieros de una familia cachaca acomodada en la intermediación financiera. La vida vale más que la política del miedo que nos hicieron creer era la única salida. La Paz y el amor deben ganar esta batalla.