¡Ni un muerto más! Las voces que se toman las calles son el clamor de la juventud, que con su fuerza nos inspira a hacer frente a la política de muerte e invita a movilizarnos por lo que creemos justo. No, el miedo no nos paralizará.
Son miles los jóvenes de Bogotá y Soacha que no pudieron contener su rabia ante el vil asesinato de Javier Ordoñez a manos de la policía. En rechazo a todas las formas de violencia que la policía despliega en su contra, la juventud salió a las calles para exigir justicia en los barrios y localidades del Distrito Capital. Haciendo frente a la injusticia, se juntaron con dignidad, y transformaron la impotencia en empoderamiento colectivo. Esta masiva expresión de indignación popular nos ha demostrado que los jóvenes son vanguardia en la defensa de la vida y la dignidad humana. Así mismo, se pone de manifiesto cuánto poder político tiene esta generación, poder que ejercen con valentía y osadía.
Pero el poder oligárquico no aguanta semejante despertar popular. Es así como ese poder desata en nuestras propias calles una guerra total contra la juventud. Un despliegue de violencia sin límites contra toda una generación. Una maldita condena a muerte para una muchachada que, década tras década ha perdido miles y miles de vidas. La macabra intención de las oligarquías es el exterminio de los actores de cambio, y, de este modo, privar a Colombia de toda posible transformación. Al hacerlo, las castas en el poder, profanan los derechos de las generaciones presentes y futuras. Su método: violar, torturar y masacrar a la juventud. Un auténtico instrumento para quebrar a esta sociedad, infligir un presente de pérdida y despojarnos la esperanza.
A pesar de la firma de un Acuerdo de Paz que intenta poner fin a más de 50 años de confrontación armada, la narrativa hegemónica vuelve a atribuir todos los males de estos últimos días al perpetuo espantajo: los grupos armados al margen de la ley. Al señalar, estigmatizar y vincular la protesta juvenil a actores armados, no solamente le niega toda agencia política a la juventud movilizada, sino que además introducen la lógica de la guerra en la relación misma entre instituciones y ciudadanía. Mantienen asfixiada la democracia, encasillan toda expresión de oposición en el marco de una confrontación bélica derivada del conflicto armado, y legitiman así todas las conductas de la fuerza pública bajo una lógica de guerra sustentada en la doctrina del enemigo interno. Ese patrón represor que exige aniquilar al enemigo convierte toda acción contra la juventud indignada en un acto de guerra. Lo que se viene es una represión dictatorial contra toda expresión de rebeldía de la juventud movilizada y sus procesos organizativos. Es la pax de las instituciones armadas en su versión Policía Nacional.
Las oligarquías ya no buscan el consenso, renunciaron al pacto social con la mayoría de la sociedad. La expresión de su poderío yace en la más cruel dominación, y no dudarán en recurrir a la violencia para perpetuarse en el poder, pues exponerse al diálogo y a los mecanismos democráticos los llevaría a una derrota segura. En este sentido, han trasladado la guerra y sus prácticas a las ciudades. Violencia sexual, tortura, retenciones ilegales, masacres, son los abusos y violaciones masivas y sistemáticas a los derechos que ha padecido la población juvenil por parte de la policía.
Para que la confrontación asimétrica entre la piedra del joven y las balas del policía no siga cobrando preciosas vidas, se debe transformar la correlación de fuerzas. Nos rehusamos a tener que llorar un muerto más. Defender la vida nos obliga a modificar nuestra acción política y la manera de expresar nuestra indignación. Solo nos queda, para evitar la masacre, optar por el poder de la movilización masiva. Mostrar pacífica y creativamente nuestra fuerza, fuerza de millones, la fuerza de las mayorías, única capaz de neutralizar el poder asesino del arma de fuego. Pues no podrán aniquilar a todo un pueblo, por más de que lo intenten.
Nuestra piedra, nuestra rabia, nuestra indignación, se potencializan en la manifestación pacífica en defensa de la vida. Somos soberanos, y solo las multitudes en las calles son la expresión de ese poder conjunto. Hemos de ejercer este derecho a la protesta, hasta que logremos liberarnos de su poder asesino derrocándolos de su trono, es decir en las urnas en 2022.
- Te puede interesar leer: La corrupción, la ética y el pacto programático de 2022